EL JARDINERO, LA ROSA Y EL CARACOL
Un rosal da un pequeño pimpollo, un joven retoño de rosa que crece poco a poco, sus pétalos se abren despacio, lentamente, como disfrutando cada momento de su corta y efímera existencia. Según pasan los días llega a su esplendor, su punto justo entre aroma, belleza y armonía, luego comienza a envejecer, a perder sus pétalos, su aroma, su belleza y su armonía hasta marchitarse completamente; y es en ese preciso momento de su ocaso, que la rosa entrega su vientre lleno de pequeñas semillas. Entre el pequeño pimpollo y su vientre de semillas pasó el tiempo, pero ¿realmente pasó el tiempo, o fue una ilusión del paso del espacio? La rosa no percibió el paso del tiempo, solo existió y murió en silencio, abrazada al mismo rosal que la vio nacer.
Miró a su alrededor y solo vio sombras, figuras informes que se movían sin sentido aparente, veía pasar el espacio a su alrededor como si fuera una película muda, pues no había sonido alguno, solo figuras, formas, sombras en continuo movimiento proyectadas en la verde pantalla que la envolvía. Quiso incorporarse, pero no pudo, solo era un pimpollo dentro de un capullo. Su espacio se movía sin tiempo esperando florecer. Una sensación de tibieza recorrió su cuerpo y vio como las sombras se transformaban en luz, era el amanecer de su existencia. Extendió sus pétalos con un movimiento del espacio y agradeció a la creación con su suave aroma. Ahora las sombras eran formas y colores, aunque no sabía que eran, intuía que eran buenas. Su tiempo era movimiento y este trascurría entre luz y oscuridad, pero hasta la oscuridad era buena, pues el rocío saciaba su sed y la noche refrescaba sus pétalos. Sin darse cuenta del tiempo, la rosa existía y su vientre se llenaba de semillas. Solo eso importaba, la rosa no moriría aun muriendo, porque en su espacio sin tiempo, ella era la flor y la semilla, era la vida.
Un caracol se mueve muy lento, pero no por eso deja de avanzar pues sabe a dónde va. Sube despacio por el tronco hasta llegar a la rama, y se desliza suavemente atraído por los tiernos pétalos de un naciente pimpollo de rosa. La rosa mira asombrada la gran velocidad del caracol. Desde su inmóvil perspectiva ese extraño personaje es muy veloz y pronto llegará a su encuentro. Mientras el caracol se acerca, la rosa lo recibe con su suave aroma, y el caracol se come sus perfumados pétalos con su lenta voracidad. ¿Cuál es mejor, la naturaleza de la bella rosa con su perfume o la del lento caracol con su voracidad?
Un jardinero cuida jardines y rosas, pero ¿qué cuida una rosa? Para el rosal el jardinero es dios, es invisible a sus ojos, no lo ve ni lo reconoce, pero lo siente y sabe que cuida sus rosas, que lo protege de la maleza, de los insectos y del lento y voraz caracol. ¿Qué cuida una rosa? Quizás no sea su naturaleza cuidar, sino que exista un jardinero y un caracol, pues sin rosales y rosas la existencia del caracol y el jardinero no tendrían propósito ni sentido. La naturaleza funciona de forma extraña, un jardinero que cuida rosas, y rosas que cuidan caracoles y jardineros. Quizás las cosas no son como nos gustaría que sean, sino como son. Una rosa, un caracol y un jardinero pasean por el jardín, el caracol se come a la rosa, el jardinero mata al caracol, corta la rosa y la pone en un jarrón. Irónico, ¿no?
El jardinero con una mano aplasta al caracol y con la otra corta la flor. El problema no es la forma extraña del funcionamiento de la naturaleza, sino la forma extraña del funcionamiento de la mente del jardinero. Un jardinero perdido en un laberinto de contradicciones, miedos y oscuras miserias no es un jardinero, sino un insensible dios. El caracol y la rosa son lo que son, pero el jardinero es lo que cree que es. Desde el jarrón la rosa observa al jardinero y el lejano jardín, pero el jardinero no observa a la rosa ni al jardín, porque en su mente no existe jardín y la rosa es solo parte del jarrón. Para el jardinero un jarrón sin flores no es un jarrón y para la rosa un jardinero sin belleza solo es un caracol. ¿Cómo sería un jardín de jardineros cuidado por una rosa?
Un jardinero da un pequeño pimpollo, un joven retoño de jardinero que crece poco a poco, sus brazos se abren despacio, lentamente, como disfrutando cada momento de su corta y efímera existencia. Según pasan los años llega a su esplendor, a su punto justo de humanidad, armonía y sabiduría, luego comienza a envejecer hasta marchitarse completamente; y es en ese preciso momento de su ocaso, que el jardinero entrega su existencia llena de sabiduría al caracol. Entre el pequeño retoño de jardinero y su madura sabiduría pasó el tiempo, pero ¿realmente pasó el tiempo, o fue solo una ilusión? El jardinero no percibió el paso del tiempo, como tampoco lo hizo la rosa y el caracol, solo existió natural y en silencio como ellos, abrazando a la misma existencia que los vio nacer. La rosa lo cuidó con voluntad, amor y responsabilidad, porque sabía que el propósito del jardinero no era adornar jarrones, sino embellecer con su sabiduría, jardines de caracoles y rosas que cuidan a florecientes jardineros.
El jardinero miro su jardín, a la rosa y al caracol. Tomo el jarrón, regó la rosa y refrescó al caracol. El jardinero finalmente se reconoció y dejo de ser jardinero para convertirse en el jardín, la rosa y el caracol.