¿Cuál es la constante universal de la creación? Una pregunta más que interesante y cuya respuesta la ciencia actual desconoce por completo. La ciencia dice que es la velocidad de la luz, pues ya vimos que la luz es una variable, así que definitivamente no es esa constante universal de la que estamos hablando. Hoy abriremos la puerta de “Θώθ” y descubriremos esa constante de la cual depende toda la creación de este universo. Antes de proseguir les haré una pregunta, ¿Qué es lo que parece moverse, pero nunca se mueve? Nada es lo que parece, y esa constante universal tampoco.
Un rosal da un pequeño pimpollo, un joven retoño de rosa que crece poco a poco, sus pétalos se abren despacio, lentamente, como disfrutando cada momento de su corta y efímera existencia. Según pasan los días llega a su esplendor, su punto justo entre aroma, belleza y armonía, luego comienza a envejecer, a perder sus pétalos, su aroma, su belleza y su armonía hasta marchitarse completamente; y es en ese preciso momento de su ocaso, que la rosa entrega su vientre lleno de pequeñas semillas. Entre el pequeño pimpollo y su vientre de semillas pasó el tiempo, pero ¿realmente pasó el tiempo, o fue una ilusión del paso del espacio? La rosa no percibió el paso del tiempo, solo existió y murió en silencio, abrazada al mismo rosal que la vio nacer.
El tiempo no pasa, lo que transcurre es el espacio, sea en lo macro (universo) o en lo micro (un átomo de la rosa), por ese motivo el tiempo existe en todos los cuerpos de la creación (espacios matriciales) y aunque nosotros solo podamos percibir el instante exacto del espacio que transcurre, siendo éste la observación mínima de la consciencia del movimiento del espacio y no del tiempo, coexisten de forma simultánea el pasado, el presente y el futuro, por tanto, el tiempo es la constante universal de la creación, siendo su medida la consciencia del observador y su valor el instante de observación.
Miró a su alrededor y solo vio sombras, figuras informes que se movían sin sentido aparente, veía pasar el espacio a su alrededor como si fuera una película muda, pues no había sonido alguno, solo figuras, formas, sombras en continuo movimiento proyectadas en una pantalla. Quiso incorporarse, pero no pudo solo era un pimpollo dentro de un capullo. Su espacio se movía sin tiempo esperando florecer. Una sensación de tibieza recorrió su cuerpo y vio como las sombras se transformaban en luz, era el amanecer de su existencia. Extendió sus pétalos con un movimiento del espacio y agradeció a la creación con su suave aroma. Ahora las sombras eran formas y colores, aunque no sabía que eran, intuía que eran buenas. Su tiempo era movimiento y este trascurría entre luz y oscuridad, pero hasta la oscuridad era buena, pues el rocío saciaba su sed y la noche refrescaba sus pétalos. Sin darse cuenta del tiempo, la rosa existía y su vientre se llenaba de semillas. Solo eso importaba, la rosa no moriría aun muriendo, porque en su espacio sin tiempo, ella era la flor y la semilla, era la vida.