UN AÑO PERDIDO
Era el mediodía de un martes de julio de 1943. New York ya no era el mismo desde el inicio de la guerra, ahora era triste y gris. Sus noches no brillaban como antes, sus ruidos eran silenciosos, su gente era apagada, la falta de actividad y transeúntes se notaba, ahora era solitario y opaco, hasta el Central Park parecía un matorral triste y seco de escasa vegetación sin color. Antes de la guerra, el mediodía neoyorquino era bullicioso, todos salían de sus oficinas a descansar y comer algo rápido, una porción de pizza, una hamburguesa, un burrito o un perro caliente en alguna esquina de la Quinta Avenida, era un placer de muchos, hoy solo los pocos habitantes que quedaban en la Gran Manzana podían disfrutar, entre el bullicio del tránsito y el aire húmedo y caliente del asfalto, de esas grasosas pero deliciosas comidas rápidas en las calles de New York.
Vincent trabajaba en un edificio de la Quinta Avenida y la 34th Street, el Empire State Building era en esa época el edificio más alto del mundo, 443 metros de acero y hormigón. El joven salió a comer temprano, sabía que ella lo hacía todos los días entre las once treinta y las doce y treinta. Trabajaba a unas cuadras de la 34, en un edificio bajo de no más de tres o cuatro plantas de altura hacia el lado del Central Park. Ella caminaba por la Quinta Avenida hasta la 40 en dónde se sentaba a leer un libro y comer un refrigerio que ella misma traía preparado. Vincent nunca se animó a hablarle, pero hoy estaba decidido a hacerlo, hoy era el día. Compró un perro caliente y una soda y se dirigió raudo a su encuentro en el Bryant Park.
El sol resplandecía en un cielo azul como nunca había visto, su corazón latía con fuerza mientras pensaba como entablaría la conversación con Angélica, recordó cuando la vio por primera vez, ella salía de su trabajo, una inmobiliaria del segundo piso del viejo edificio de la quinta y la treinta y ocho, al cruzar la puerta del hall de entrada el portero le gritó su nombre mientras le alcanzaba unos papeles que se le habían caído al pie de la escalera. Fue un flechazo directo al corazón, sus ojos cafés y su sonrisa fueron suficiente para saber que ella sería la madre de sus hijos.
Llegó jadeante, el corazón le golpeaba el pecho, tenía menos de una hora para estar con ella. Con el perro caliente ahora frío en una mano y la soda fría ahora caliente en la otra, se acercó al banco donde estaba Angélica y se sentó a su lado. No tuvo que decir palabra, pues fue ella la que inició la conversación de forma tan natural, que ni cuenta se dio. Vincent recordó cuanto tiempo había estado cavilando como iniciar el diálogo, una sonrisa se dibujó en su rostro mientras pensaba como las cosas suceden de la forma que suceden. Comenzaron hablando sobre lo triste que estaba New York en estos tiempos de guerra y siguieron charlando de sus sueños, gustos y proyectos mientras se asombraban mutuamente de sus coincidencias. Ambos sentían que se conocían desde siempre, Vincent pensó que quizás fuera así.
Bajo el sol radiante de Manhattan volvieron caminando despacio por la Quinta Avenida. Al pasar frente a una tienda de helados Vincent se sorprendió de no haberla visto antes, pues había hecho ese recorrido del Empire State al Bryant Park infinidad de veces para verla sentada leyendo en el parque. Entraron a comprar unos helados y mientras le pagaban al tendero, se escuchó un fuerte estruendo, como un trueno sin eco, un sonido seco, un chasquido sordo, como una bomba que explota en la lejanía. Pensó en la guerra y por un momento sintió su presencia, se le erizó la piel y un escalofrío recorrió su cuerpo. Salieron y llovía, el cielo totalmente cubierto oscurecía aún más un mediodía frío y gris. Se miraron como preguntándose ¿Cuándo pasó esto? Caminaron bajo las marquesinas intentando esquivar la lluvia. Todos llevaban paraguas menos ellos. Pasaron por el puesto de burritos y no estaba, Vincent pensó que quizás fuera por la lluvia, aunque le extrañó bastante porque nunca levantaban el puesto por mal tiempo. La ciudad tenía otros colores, se veía diferente, nuevas cosas que nunca había visto aparecían frente a sus ojos, pensó que quizás fuera por la lluvia o el amor que las veía así.
Llegando a la 38th el cielo se iluminó con un relámpago verdeazulado, Vincent quedó contando y esperando el trueno, era algo que le había enseñado su abuela y que hacía desde niño. El sonido viajaba a 340 metros por segundo, en realidad a 343, pero le era más fácil sacar la cuenta con 340. Sabiendo los segundos que tardaba en llegar el trueno, se podía conocer la distancia donde se produjo el relámpago. Uno, dos, tres, cuatro, cinco,… treinta y tres,… cuarenta y dos… Vincent dejó de contar, no llegaba el trueno. Angélica se detuvo frente al hall de entrada de su edificio, se despidieron con un beso en la mejilla, Vincent rebozaba de felicidad y no pudo evitar la enorme sonrisa. Quedaron en verse al otro día, la pasaría a buscar por la puerta del edificio a las once. Ella saldría media hora antes porque tenía que hacer unos trámites antes de almorzar y Vincent la acompañaría para pasar más tiempo con ella. Antes que Angélica cruzara el palier de entrada, el portero la interceptó, llevaba en sus manos una pequeña caja de cartón llena de cosas. Unos libros, un lapicero, un portarretrato, algunos papeles, una taza de loza con unas flores estampadas y varias cosas más que Vincent no alcanzaba a ver.
Ella miró asombrada y le preguntó que pasaba. El portero le comentó que el dueño de la inmobiliaria le había dado la caja hace tiempo para que la tirara, pero él la guardó por si ella volvía, sabía que si estaba viva regresaría a buscar el retrato de su hermano fallecido en la guerra. Angélica lo miró extrañada, como no entendiendo de que hablaba, y antes que ella pronunciara palabra, el portero le dijo que nadie sabía dónde había estado desde que salió a almorzar aquel soleado mediodía de hace un año atrás. Vincent parado detrás de ella escuchaba la conversación sin comprender, todo le parecía un sueño, intentó pensar y le comenzaron a temblar las piernas, su cabeza era un revoltijo, solo recordaba la última hora, recordó el día soleado, el perro caliente, la soda, la heladería, el fuerte estruendo, la lluvia, el puesto de burritos, los colores diferentes, las cosas que nunca había visto antes y, sobre todo, recordaba su encuentro con Angélica en Bryant Park. Todo le daba vueltas, parecía que se iba a desmayar cuando sintió que ella le acariciaba el rostro, abrió los ojos y vio que le sonreía tiernamente. Ella tomó la caja, agarró a Vincent por el brazo y dijo: “Ahora vamos a recuperar el año perdido”.
Salieron caminando bajo la lluvia, ya no les importaba mojarse, seguro el agua fresca les aclararía las ideas y los recuerdos. A la distancia se elevaba majestuoso e imponente el Empire State, Vincent pensó que estaba igual que el año pasado. Sonó un trueno sin relámpago, Vincent sonrió y se preguntó si ya habría terminado la guerra, sentía una extraña felicidad sin sentido, miró a Angélica y pensó que quizás este nuevo año sería mucho mejor que el anterior, ahora no le importaba el año perdido, ya estaban juntos.