Llegué a este mundo como cualquier Ser, llorando por el pavor, de haber dejado mi hogar, con decisión y gran dolor.
Me recibieron raros gigantes, con cegadoras luces, sonidos y olores, hablando en un idioma extraño, sin sentimiento ni amores.
Fui tironeado, frotado, cubierto con molestos ropajes, también pesado y medido, como un simple embalaje.
Busqué a los míos entre esos extraños, en un intento loco y banal, estaba desamparado y sólo, en un mundo virtual.
Llorando me dormí, y mis hermanos vinieron a abrazarme, con amoroso y dulce arrullo, lograron al fin consolarme.
Luces celestes, blancas y doradas, mitigaron mi profundo dolor, apaciguando dulcemente, mi creciente y gran temor.
Desperté mojado y sucio, con una extraña sensación, mi cuerpo no era mi cuerpo, era sólo mi prisión.
Los años pasaron rápido, y el olvido pronto llegó, implacable velo de Isis, lleno de luz y color.
Ahora yo era mi cuerpo, y no sentía más dolor, deslumbrado por la vida, jugaba a ser el mejor.
Pero en el fondo de mi alma, algo gritaba con
pasión, ¡¡¡Estoy aquí encerrado, escúchame por favor!!!
Una noche fría de otoño, mirando al cielo estrellado,
escuché una voz que me hablaba, desde el corazón estrujado.
Era mi Ser hablando, con serenidad y sabiduría, aquí te estoy esperando, que sin ti no sé qué haría.
Ahora que puedo escucharlo, ahora que vuelvo a recordar, puedo mirando al sudeste, con mis hermanos volver a estar.
Dedicado a Emilio y Tina, y a todos los locos Rantés mirando al sudeste.