EL PRECIO Y EL VALOR
Vivimos en una sociedad de consumo donde todo tiene un precio por lo que pagar. Pagamos por el alimento que necesitamos, por la ropa que vestimos, por la casa en que habitamos, por el agua que llega a nuestra casa, por la luz que alumbra la noche, por las medicinas para curarnos, por tener un teléfono y por cada llamada que hacemos, por tener un auto y por desplazarnos, etc etc. Todo tiene un precio, un costo que hemos de pagar.
Así también le ponen un precio a nuestro tiempo y energía para trabajar, a nuestra cualificación profesional, a nuestra dedicación y esfuerzo. Todo está tasado, medido, pesado, cuantificado, con una apreciación y una depreciación, con una llamada ley de la oferta y la demanda que con su vorágine mueve el mercado de lo que se compra y lo que se vende por un precio. Todo es un negocio, todo es dinero y poder en base a unas condiciones previamente establecidas, unos requisitos a rellenar, de unas exigencias que estamos obligados a cumplir para obtener algo a cambio.
Todo ello es de las primeras cosas que le enseñamos a nuestros hijos, para que se adapten rápido al mundo en que vivimos, para que se hagan un consumidor más, para que acepten que todo tiene un precio a pagar, para que comprendan rápido que el mundo funciona con dinero y que el dinero es lo que mueve el mundo. Así, estas primeras grabaciones en sus patrones básicos de funcionamiento marcarán su futuro comportamiento, su forma de pensar, decidir y actuar.
El verdadero valor de las cosas está en su utilidad, en lo que sirve o no sirve, en lo que ayuda o no ayuda, en si es constructivo o destructivo, en si nos facilita o dificulta. No está en el nombre que representa, no está en la marca que luce, no está en el precio que pagamos para acceder a él. Pero claro, nos han enseñado que el valor es igual al precio, que lo gratuito no sirve para nada ni tiene ningún valor, que el sacrificio y el esfuerzo de otros tendrá una intención oculta, ¿cómo van a querer ayudar sin pedir nada a cambio?… no será tan bueno y valioso cuando no cuesta nada…
Las cosas tienen el valor intrínseco, propio e inherente que va impreso en ellas como medios de mejorar nuestra vida y el mundo en que vivimos. Qué lástima que todos decimos luchar por un mundo mejor pero nos dejamos guiar por el precio de las cosas, sin darle el valor que tienen por sí mismas. Qué lastima que si algo bueno cae en nuestras manos salten los prejuicios y arquetipos y, en vez de aprovecharlo, nos dediquemos a opinar y criticar. Qué lástima que sigamos confundiendo precio con valor y el esfuerzo de algunos sirva para tan poco.
Muchas veces aprendemos a valorar las cosas cuando las perdemos, y no le damos el valor que tienen cuando lo tenemos a la mano, fácilmente, regalada. De la misma manera que solemos estar enfocados en nuestras carencias, en lo que nos falta, en lo que deseamos, sin prestar atención ni valor a todo aquello que tenemos a nuestra disposición para seguir creciendo, muchas veces propiciado por el esfuerzo de otros.
¿Qué precio puede tener para un ciego ver un amanecer?..¿Qué precio puede tener para un inválido poder caminar de nuevo?…
¿Y qué importa el precio sino el valor que tiene?…
Ángel .º.
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