Son muchas las barreras que se oponen hacia el avance de la consciencia, algunas tan escondidas y ocultas que se entremezclan con lo que creemos que creemos, con lo que desconocemos que conocemos y con lo que no sabemos que sabemos.
Programación implantada desde hace mucho y que infesta todo nuestro sistema camuflada con visos de propiedad, con una falsa idea de pertenencia que nos hacen defender lo indefendible, que nos empuja a aferrarnos a una ilusoria sensación de seguridad, de raíces prefabricadas, para protegerse de lo nuevo, de lo revolucionario, de lo liberador, del descubrimiento de la propia verdad.
Hay revelaciones que cuestan de aceptar porque atentan contra esa programación, que hacen saltar las alarmas, al poner en duda las mismas bases de nuestra supuesta seguridad en que nos apoyamos después de muchos años de fabricación, pues todos hemos ido construyendo un sistema de creencias, unas reglas de moral, unos patrones de conductas propios o adoptados; patrones que se han convertido en el asiento de nuestra personalidad.
Dentro de estas reglas y patrones, también hemos desarrollado indefectiblemente unas simpatías y antipatías, unas afinidades y distanciamientos, que actúan de núcleo generador de atracciones de lo similar y de repulsión de lo contrario, algo que inconscientemente está reaccionando cuando recibimos una nueva información, influyendo así en su asimilación.
Nos olvidamos, con frecuencia, que la dualidad está presente constantemente haciéndonos oscilar a los extremos, que hay que saber separar el sujeto del objeto, y que siempre debemos tener en cuenta y hacer uso de la energía conciliadora que equilibra los opuestos, esa tercera energía que posibilita abrir nuevas ventanas de luz.
Haber leído mucho, conocer y manejar un conocimiento teórico, no comporta llegar a la sabiduría. Pero algunos se contentan con deslumbrar con sus muestras de erudición y su ignorancia ilustrada, donde encuentran reconocimiento y protagonismo. El ego está en su salsa, pero la sabiduría espera.
El conocimiento hay que llevarlo a la consciencia para que ésta se expanda, y desde ahí a la experiencia, para que deje de ser mera información y conocimiento, para que se transforme en sabiduría liberadora.
Una mente anquilosada, que piensa que ha llegado a algún sitio, es como el agua estancada que termina pudriéndose. Una mente flexible, con hambre y sed de conocimiento, es como el agua que fluye hacia el océano. El discernimiento es el agente que va abriendo el camino y las certezas encontradas por la experiencia camino recorrido.
Ángel .º.