Venganza y perdón
Todos sabemos en la teoría que la venganza no trae nada bueno, que a lo sumo puede producir una satisfacción momentánea, pero a la larga no es la mejor solución. La venganza, como la violencia, engendra más venganza, produciendo un círculo interminable de daño y dolor donde todos terminan vengándose de alguien.
Podríamos hablar bonito del perdón y del olvido, pasar de puntillas sobre la venganza, obviando el poder que tiene para influenciar nuestras emociones y el terrible daño que conlleva movidos por su sed; pero no lo haremos.
No es tan fácil resistirse cuando somos nosotros los que recibimos en carne propia el agravio, la ofensa o la agresión, y dependiendo de su magnitud, puede surgir el deseo de venganza. Un deseo que saca a relucir lo peor de nosotros, el odio y el resentimiento, que nos pone a la misma altura de quien nos ha ofendido y que nos llena de un insano rencor que nos carcome por dentro deseando obtener una satisfacción.
Los pequeños agravios como una falta de respeto, un pisotón o un insulto, pueden resultar fáciles de disculpar, pero cuando recibimos una ofensa en toda regla, cuando con impunidad nos han mentido, manipulado, mancillado, herido o traicionado, la rabia interior nos puede obcecar, el odio y el rencor se apoderan de los centros de control y hasta la visión parece enrojecer.
El humano es capaz de lo peor y de lo mejor, su degradación puede ser enorme y el daño que puede causar a los demás es la medida de su inconsciencia, así como su capacidad para hacer el bien es grandiosa y su facultad de Amar inconmensurable.
Hay venganzas pequeñas y venganzas tremendas, hay venganzas inmediatas que se cobran con un arrebato incontrolado y venganzas planificadas que se sirven en plato frío, las hay dirigidas contra alguien en concreto, contra un grupo entero o contra todo un mundo que es culpabilizado por la desgracia recibida. Lo que importa es hacer que alguien pague, que la sed de venganza se consuma, que el castigo sea infligido como satisfacción del propio daño recibido.
La energía de la venganza ha sido implantada a lo largo de la historia y está muy presente en el inconsciente colectivo de la humanidad. Todos sabemos de grandes y famosas venganzas perpetradas que forman parte de nuestra literatura, como las famosas “vendettas” familiares de “Romeo y Julieta”, que no son sino una sucesión ininterrumpida de venganzas, el “Hamlet” de Wiliam Shakespeare o la conocida novela “El Conde de Montecristo” de Alejandro Dumas, que tiene a la venganza como el eje principal de la trama, saliendo a relucir todas sus miserias y corrupción moral.
Hay quienes creen en la venganza como una suerte de justicia reparadora, incluso se atribuyen el derecho de castigo como restitución del daño. De cualquier manera, si todos tomáramos venganza o cobráramos cada afrenta recibida no habría títere con cabeza. Con justa razón decía Mahatma Gandhi que si aplicáramos el ojo por ojo todo el mundo quedaría ciego. También decía Confucio: “antes de vengarse de alguien empieza cavando dos tumbas”.
La venganza se convierte en el reflejo del resentimiento acumulado, donde se pierde la paz interna cuando se alimenta el rencor y el odio a través del pensamiento negativo. Los niños suelen superar su enfado en cuestión de un rato, con toda naturalidad, sin embargo los adultos apenas pueden dejar de pensar en su orgullo herido y en sus ansias de revancha. Todo lo contrario que el perdón que se convierte en una forma superior de trascender el sufrimiento y la inconsciencia cometida.
El mismo sufrimiento que a unos los sumerge en el odio, a otros los purifica y los vuelve más humanos, aumentando su empatía y sensibilidad. A unos los vuelve agrios, resentidos, amargados, sin poder superar el dolor, mientras que a otros los vuelve más fuertes y con mayor capacidad de Amar. Todo depende de la amplitud de consciencia, de la capacidad de afrontar los hechos, de su asimilación y del grado de superación personal.
El perdón termina siendo la forma más efectiva de enfrentarse al dolor y el daño recibido, más propia de verdaderos Humanos que de egos heridos que quieren resarcirse. Pero es preciso una superior calidad Humana y de consciencia para renunciar al ajuste de cuentas, a las represalias y a la sed de venganza que nos convertirse en justicieros impulsados por el odio y el resentimiento.
Quien no puede perdonar se queda anclado en el pasado, con un sufrimiento no superado y recurrente que termina siendo como un veneno. La herida no consigue cerrar, destilando un carácter agrio, mordaz, duro y agresivo que amarga su propia existencia y la de los demás. El perdón por el contrario trasciende el sufrimiento y supera el dolor, abre paso a la paz y posibilita poder llevar una vida plena, sanando el presente y expandiendo el futuro.
El perdón es un acto de Amor y de consciencia, pero no es solo para los demás. También nosotros debemos aprender a perdonarnos por la inconsciencia cometida y el posible daño causado a los demás. Tengamos en cuenta que nadie está exento de equivocación.
El perdón también es un acto de valor y fortaleza para asumir errores y pasar página. Si queremos afrontar la existencia con la esperanza de un mundo mejor, tanto a nivel particular como general, tenemos que seguir deshaciendo nudos y cerrando heridas, soltando lastre y ensanchando caminos, algo imposible sin la fuerza transformadora, la energía sanadora, del perdón.
Ángel .º.