Afectividad
Es bastante manifiesto que el mundo de las emociones y los afectos nos influye profundamente, incluso puede tener más fuerza que el mundo de las ideas y los pensamientos, pues la emotividad contiene un gran poder movilizador. El término “afecto” viene de afectar, de influir, de obrar sobre alguien. Así como la palabra “emoción” significa mover o poner en movimiento. Más claro aún lo tenemos con la palabra “conmover”, es decir, cuando algo nos conmueve, nos produce un movimiento.
El humano es un ser gregario por naturaleza, necesita relacionarse con los demás como parte de su desarrollo, nace y crece dentro de una familia, se desenvuelve en un entorno y es parte inherente de una colectividad. Inevitablemente, en ese mundo de relaciones se formarán sus afectos y odios, sus atracciones y repulsas, sus afinidades y antipatías, sus similitudes y discordancias.
El mundo de las emociones es quizás más complejo de tratar que el de la esfera mental, y ésta no sería posible de entender sin tener en cuenta lo emocional, pues influye directamente en la calidad de los pensamientos y la personalidad. Basta con recordar que alguien con miedo no piensa con claridad, pues el torrente de pensamientos e ideas estará contaminado con el temor, que lo frena e impide pensar con claridad. Y lo mismo pasa con el odio, cuando se actúa con una profunda emoción de repulsa hacia alguien provocando su rechazo y el deseo de causarle algún mal.
Indudablemente, observar nuestras emociones y descubrir de primera mano lo que nos hace reaccionar de una u otra manera, es un gran paso en nuestro auto-conocimiento. Todos tenemos unos patrones básicos que se han ido formando desde nuestro nacimiento y que actúan en segundo plano condicionando nuestras respuestas a los estímulos externos, observarlos y hacernos conscientes de ellos nos da la posibilidad de transmutar y reconfigurar nuestro propio sistema, para dejar de reaccionar una y otra vez ante la mima programación y dejar de ser víctimas de las circunstancias.
Las emociones pueden y deben ser sublimadas, convirtiéndolas en “sentimientos”, que tienen un calado más profundo y sereno, a salvo de tormentas y guiados por el espíritu. Si las emociones responden a la esfera del ego con sus desencantos y placeres, los sentimientos lo hacen a la esfera de la consciencia, templados con la serenidad y el discernimiento.
Nuestras emociones y sentimientos tienen una importancia capital en nuestra calidad de vida, pues a todos nos afecta el trato que nos dan y las relaciones que tenemos. Todos gozamos con la amabilidad, el apoyo y el afecto de nuestros semejantes, así como también sufrimos ante situaciones de odio, de violencia y de incomprensión. En realidad, el que odia se hace daño a sí mismo al tiempo que propaga más odio a su alrededor, entrando en una espiral de resentimiento, de violencia y destrucción. mientras que quien trata con afecto y consideración a los demás goza de un entorno cálido y amigable, donde las penas se hacen más livianas y la compañía es un disfrute.
Todos queremos que nos traten bien, ser respetados y sentir el afecto de los demás, pero ocurre que la afectividad es una vía de doble sentido y no podemos esperar recibir lo que no somos capaces de dar. Todos nos preocupamos en querer ser feliz, pero olvidamos ayudar a que los demás también lo sean. Deseamos mucho pero hacemos poco, esperamos recibir pero no damos lo suficiente.
A veces incluso, se da la paradoja de que aquello que recibimos de los demás no lo sabemos apreciar, pues nuestra atención está en otra cosa, tal vez en alguna ilusión pasajera que no nos permite valorar lo que tenemos presente, dejando pasar el momento y la oportunidad. Y es que, a menudo, saber gozar de la existencia consiste en valorar el presente, aprender a ser agradecidos, dejar de enfocar tanto nuestras carencias y apreciar la sencillez.
Ángel .º.