Contaba con siete u ocho años de edad, como ya saben por la presentación del blog, pasaba las vacaciones en una casa frente al mar en la costa atlántica. En esa época había muy pocas viviendas y estaban separadas por cientos de metros de médanos de arena y tamariscos. Era costumbre que después de cenar mis tíos salieran a la galería del fondo a tomar un café, fumar, charlar y mirar las estrellas. Una noche como tantas otras, ellos estaban hablando de una noticia de esos días, un plato volador, así lo llamaron, había descendido no sé dónde y lo habían visto varias personas. Yo escuchaba atento esa fantástica historia mientras jugaba con un autito de plástico gris sobre la arena iluminada por una luna resplandeciente en una noche estrellada, de esas que se veían antaño cuando la contaminación lumínica era casi inexistente. Estaba escuchando atentamente la conversación de mis tíos inmerso en mis pensamientos mientras jugaba sobre la arena y miraba las estrellas que abarrotaban el firmamento, cuando de pronto vi algo que llamó mi atención. Sobre la rama de un viejo eucalipto del fondo del terreno, observé una figura agarrado a una de sus ramas, era como de mi estatura, pero de color gris como mi autito de plástico. Lo envolvía una especie de luz o bruma que me recordó una nube, no tuve miedo, más bien curiosidad, así que mirando fijo aquella fantástica aparición me acerqué al árbol y cuando estaba a unos cuatro o cinco metros, algo o alguien me iluminó desde el cielo.
Asombrado elevé la mirada y una luz me cegó, cuando abrí mis ojos era de día y estaba en el fondo de mi casa de Buenos Aires. Frente a mí, a unos cinco metros delante, ya no estaba el viejo eucalipto, sino el viejo castaño, y recostado en el césped bajo su sombra, había un niño más grande que yo, un adolescente de doce o trece años, levanté mi mano para saludarlo y me quedé ¡petrificado de asombro!!, mi mano y mi brazo no eran de un niño de siete años, sino de un adulto de más de cincuenta, observé mi ropa, estaba vestido de jean azul, zapatillas de trekking y playera color salmón. Volví a observar al joven nuevamente y cuál fue mi sorpresa cuando me reconocí en su rostro, el joven bajo el castaño ¡era yo mismo!
Retrocedí, ya no sabía quién era yo, si el niño, el adolescente o el adulto, miré para todos lados buscando no sé qué, quizás una salida o el cobijo de mi madre, mi vista se detuvo en unas hormigas que subían por el tronco del nogal detrás mío y se desviaban por una rama del árbol, pensé que tenían todo el árbol para alimentarse sin saberlo. Tomé una nuez instintivamente, quizás para defenderme de mi mismo. De pronto me incorporé sentándome en el césped, bueno, el adolescente que era yo se incorporó, me miró y con una cara de asombro se frotó los ojos, yo cerré los míos y me cubrí la cara, algo me succionó hacia arriba. Cuando los abrí estaba nuevamente frente al eucalipto, el viento soplaba y en la rama seguía mirándome el pequeño hombrecillo gris. Me giré y corrí hacia la casa, pase delante de mis tíos como una saeta, creo que ni me vieron, y sin decir nada me acosté fascinado, temeroso y pensando en lo ocurrido. Soñé con marcianos y naves espaciales surcando el espacio, yo estaba en una de ellas. Al otro día me levanté y lo primero que hice fue ir a ver el eucalipto para intentar encontrar alguna señal de lo sucedido. Por la noche había llovido, raro, porque era una noche despejada, pero la arena tenía la típica capa de humedad de cuando la lluvia la moja. Tirado en el suelo estaba mi autito de plástico, y sobre la rama, en el lugar que anoche había visto al hombrecito, había un pájaro gris, creo que era una golondrina o una tijereta, levantó vuelo en cuanto me vio, mi imaginación voló y se perdió con ella. Me fui a construir un barrilete para que volara como esa golondrina.
Luego de unos días le conté la historia a mi madre, ella sonrió y me dijo, eres mi marciano favorito. Aún guardo la nuez que aferraba fuertemente en mi mano cuando regresé de ese fantástico viaje, ella atestigua que lo sucedido fue real, por lo menos, para mí.