LA SERVILLETA DE PAPEL
Caminaba apurado, creía que no llegaría a tiempo, había salido tarde y no recordaba si había apagado la hornilla de la cocina. No había pasado una buena noche y no escuchó el despertador por la mañana, o tal vez no había sonado. No importaba mucho ahora, solo importaba llegar a tiempo. Cruzó la calle por la senda peatonal sin advertir que un auto doblaba la esquina. Le pasó tan cerca que su rodilla derecha rozó la puerta trasera del vehículo. Se quedó parado con el corazón golpeándole el pecho. Por el espejo retrovisor del auto una morocha se bajaba los lentes y lo observaba mientras el carro se alejaba hacia el bajo.
Una sensación extraña lo recorrió, como si esa escena ya hubiera pasado, como si repitiera un guión ya actuado. Se acordó de la noche anterior, del sueño, de recordar, de no olvidar. Tal vez entonces estaba recordando cómo recordaba el pasado, pero recordando el presente, ¡Sí!, esa sensación era como recordar el presente!, un recuerdo de si mismo. Entonces, si se recordaba naturalmente el pasado y casualmente el presente, ¿no se podría acaso recordar el futuro? ¿No podría entonces caminar más tranquilo hacia su destino sabiendo que llegaría o no a la cita establecida? ¿No haría esto que disfrutara más el presente como uno disfruta los recuerdos del pasado sin la ansiedad del momento presente? Esos pensamientos lo excitaron y tranquilizaron a la vez, el secreto una vez más estaba en recordar.
Una ráfaga de viento caliente lo sacó de sus pensamientos, el subte entraba a la estación y él se había olvidado de todo el trayecto desde el acontecimiento del auto al cruzar la calle, hasta el andén de la estación donde se encontraba. La desilusión lo embargó, la euforia que sentía hacía unos segundos se desvaneció como el viento del subterráneo, dando paso a la depresión ¿Cómo podría recordar el futuro si ni siquiera recordaba el pasado? Subió al tren, el vagón estaba lleno, una señora atestada de bolsas, obesa y desalineada se levantó apresurada de su asiento, apenas alcanzó a bajar del subterráneo cuando las puertas se cerraron, una de sus bolsas quedó atrapada, y mientras el tren arrancaba ella tironeaba furiosa para soltarla, finalmente lo logró, pero sin evitar que se rompiera y todo su contenido rodara por el andén, se sentó en el lugar que había dejado la señora obesa mientras la observaba juntar lo desparramado. Seguramente esa pobre señora también había olvidado su pasado y su presente igual que él lo había olvidado. Ella también era una mujer sin recuerdos, miró a su alrededor, los rostros sombríos, las miradas perdidas y vacías mirando sin ver, le dio la certeza de que ellos también olvidarían ese presente porque eran ciegos sin saberlo.
Inmerso en estos pensamientos algo le tocó el tobillo, un bastón blanco se detenía junto a su pierna derecha, con pequeños golpes fue recorriendo su pantorrilla hasta detenerse en su rodilla, un ciego con gabardina, anteojos oscuros y larga cabellera gris hacía sonar un viejo tarrito enlozado blanco que sostenía en la otra mano con algunas monedas y tapitas de cerveza en su interior. Pensó en hacerle una mueca de disgusto, pero se detuvo al darse cuenta que no lo podía ver. El hombre ciego soltó su bastón que tenía sujeto a la muñeca con una cinta roja, e introduciendo su mano en el bolsillo interior de su sobretodo, sacó algo envuelto en una servilleta de papel, y sin agachar su cabeza o hacer gesto alguno, extendió la mano y se lo entregó, él miró sorprendido el pequeño envoltorio y lo tomó. Antes de que alcanzara a preguntar nada, el ciego siguió su camino entre la gente, haciendo sonar su tarrito con monedas mientras se alejaba. Otra vez esa sensación de que esta escena ya había pasado antes, otra vez estaba recordando el presente o el futuro, quien sabe, ya no estaba tan seguro, se sentía confundido. Los frenos rechinaron y el subte se detuvo, bajó del vagón apresurado entre la gente y caminó hacia la salida de la estación, era tarde, no llegaría a tiempo, era inútil correr, desaceleró el paso y respiró profundo, su mente estaba aturdida, guardó el paquetito en su bolsillo mientras subía las escaleras, el sol le hizo cerrar los ojos, una alarma de un carro sonaba insistente, se incorporó de golpe y apagó el despertador, eran la siete.
Mientras se levantaba y vestía recordó imágenes, una mujer en un auto, un ciego que le entregaba algo, un tren, una extraña sensación de recordar. Metió la mano en el bolsillo de su pantalón, algo le molestaba, sacó una servilleta de papel con algo en su interior. Decidió no ver lo que contenía el paquetito hasta recordar, recordar algo, ¿pero ¿qué? Desayunó café negro y salió despacio, prefirió no correr y tratar de recordar, un auto dobló la esquina, lo vio venir, en su interior una morocha con anteojos le sonrió, ahora recordaba y una sonrisa cómplice se dibujó en su rostro mientras apretaba fuertemente en su bolsillo, el paquetito de servilleta de papel.