EL OSO DE PELUCHE
Cuando tenía menos de un año alguien me regaló un oso de peluche, no sé de quién fue el obsequio. Fue uno de mis primeros juguetes sino el primero que recuerdo. El osito me acompañó durante mi primera infancia como fiel compañero de cuna, luego ya en mi niñez, terminó junto con otros juguetes en la caja del olvido en un rincón de mí cuarto.
Ya de niño, pasaba mis tardes de sábado viendo películas en un ciclo televisivo que se llamaba “sábados de super acción”. Un día vi una película de los años sesenta, “The Time Machine“, protagonizada por Rod Taylor. Quedé tan fascinado por ella que decidí construir mi propia versión de la máquina del tiempo. Estaba seguro que era posible viajar en el tiempo porque aún tenía la nuez guardada en una cajita que lo atestiguaba. A la mañana siguiente puse manos a la obra, tomé lápiz y papel y en mi cuaderno de inventos comencé a diseñar aquella máquina maravillosa que me permitiría volver a viajar, y tener fascinantes aventuras como la de George Wells (Rod Taylor) en la película.
Luego de varios días de diseño y construcción, terminé por fin a “Eloísa”, así la bauticé en honor a los Eloí de la película. El habitáculo principal era una lata de galletas, de esas que usaban los almaceneros cuando no existía el packaging y todo se vendía a granel. Era una lata cúbica donde en una de sus caras tenía un cristal por donde se podía apreciar el producto (galletas) que uno iba a comprar. El día “D” fue durante mis vacaciones escolares, más precisamente un 20 de febrero por la noche a las 20:15hs. Busqué algo como sujeto de pruebas, y que más representativo que mi querido oso de peluche. Lo tomé y luego de mirarlo por un momento y desearle buen viaje lo metí en la lata y prendí la máquina, no sin antes aguantar la respiración como síntoma de mi expectante deseo de que funcionara. El dispositivo se iluminó, emitía un zumbido extraño y una tenue luz verde, esperé un rato con la ansiedad a flor de piel y…¡no sucedió nada!!. El oso seguía sentado mirándome fijamente por el vidrio del fantasioso habitáculo. Mirándolo desde la cama de mi cuarto parecía más una lampara de noche, que una máquina del tiempo. Desilusionado me fui a dormir dejando prendida la maquina como improvisado velador (luz de noche). Por lo menos todo mi esfuerzo y trabajo tendría una función y propósito, serviría, aunque sea para alumbrar el cuarto y cobijar a mi oso por las noches. A la mañana siguiente al despertarme recordé que había soñado con los Morlocks y Eloí. Me acerqué a apagar la lampara de lata de galletas y asombrado vi que mi oso de peluche no estaba dentro, ¡había desaparecido!!.
Busqué en el cuarto, en toda la casa, en el jardín, le pregunté a mis padres y nada. Miré una y otra vez dentro de la lata de galletas, volví a revisar todos los rincones posibles y nada, el oso de peluche había desaparecido. Mi imaginación se disparó ¿Cuál había sido su desconocido destino? ¿habría finalmente viajado en el tiempo? ¿fue al pasado o al futuro? ¿el experimento había sido exitoso? ¿mi máquina del tiempo había realmente funcionado? Pasé el resto de las vacaciones esperando su regreso y no apagué a Eloísa hasta finales de marzo, cuando me pareció que el oso de peluche no regresaría más y que merecía un justo reconocimiento por su sacrificio. Lo rebauticé como Wells, aunque se llamaba Enrique.
Hace unos años buscando recuerdos de mi niñez en el altillo de la casa de mis padres, descubrí la lata de galletas tirada bajo otros viejos objetos olvidados, los recuerdos me provocaron una tierna sonrisa por la inocencia de aquel niño y su fantástica máquina del tiempo. Me acerqué despacio mientras recordaba aquellos días, del dispositivo solo quedaba una sucia y oxidada lata de galletas como testimonio silencioso de un mágico pasado, y quitando de encima los objetos que la cubrían, le sacudí el polvo, la giré y tras el sucio y opaco cristal, vi sorprendido al oso de peluche que me miraba desde su interior. No podía dar crédito a lo que mis ojos veían, ¡Enrique había regresado! ¿Cuándo?, ¿cómo?, ¿por qué ahora? ¿dónde había estado? Fueron alguna de las preguntas que se agolpaban en mi mente aún confusa y choqueada por tal descubrimiento. Abrí la lata y lo saqué de su prolongado encierro. Lucía desgastado, frágil y cansado, como que su viaje de regreso hubiera durado décadas, o que su estadía en su desconocido destino hubiera degradado su antaño esplendor. Lo miré y no pude evitar una sonora carcajada, ahora me recordaba a “Bobo”, el viejo osito de peluche del Sr. Burns. Ya no importaba dar respuesta a todas las preguntas que me surgían, solo importaba que había recuperado a mi querido y valiente oso de peluche luego de décadas de darlo por perdido, quizás atrapado por los Morlocks en los confines del espacio y del tiempo.
Ahora Enrique se encuentra junto a la nuez como recuerdo de inolvidables aventuras de mi mágica y fantástica niñez. Quizás algún día también descubra que el que viajó en el tiempo no fue mi oso de peluche, sino yo mismo creyendo que era él.
Hace unos años buscando recuerdos de mi niñez en el altillo de la casa de mis padres, descubrí la lata de galletas tirada bajo otros viejos objetos olvidados, los recuerdos me provocaron una tierna sonrisa por la inocencia de aquel niño y su fantástica máquina del tiempo. Me acerqué despacio mientras recordaba aquellos días, del dispositivo solo quedaba una sucia y oxidada lata de galletas como testimonio silencioso de un mágico pasado, y quitando de encima los objetos que la cubrían, le sacudí el polvo, la giré y tras el sucio y opaco cristal, vi sorprendido al oso de peluche que me miraba desde su interior. No podía dar crédito a lo que mis ojos veían, ¡Enrique había regresado! ¿Cuándo?, ¿cómo?, ¿por qué ahora? ¿dónde había estado? Fueron alguna de las preguntas que se agolpaban en mi mente aún confusa y choqueada por tal descubrimiento. Abrí la lata y lo saqué de su prolongado encierro. Lucía desgastado, frágil y cansado, como que su viaje de regreso hubiera durado décadas, o que su estadía en su desconocido destino hubiera degradado su antaño esplendor. Lo miré y no pude evitar una sonora carcajada, ahora me recordaba a “Bobo”, el viejo osito de peluche del Sr. Burns. Ya no importaba dar respuesta a todas las preguntas que me surgían, solo importaba que había recuperado a mi querido y valiente oso de peluche luego de décadas de darlo por perdido, quizás atrapado por los Morlocks en los confines del espacio y del tiempo.
Ahora Enrique se encuentra junto a la nuez como recuerdo de inolvidables aventuras de mi mágica y fantástica niñez. Quizás algún día también descubra que el que viajó en el tiempo no fue mi oso de peluche, sino yo mismo creyendo que era él.