Educación y salud
Sin duda la educación es, ha sido y será un pilar básico de cualquier sociedad organizada, y por extensión de la humanidad. Es el medio a través del cual aprenden y se preparan las nuevas generaciones, en las cuales algún día descansará la tarea y la responsabilidad de guiar y sustentar a la comunidad.
No en vano, cuando en un país es elegido un gobierno nuevo, sea de izquierdas o de derechas, una de las primeras tareas en la que se ocupan es en aprobar una reforma educativa que esté acorde a su línea ideológica, pues saben que su influencia en los niños y jóvenes será crucial para su modelo de sociedad.
En verdad que hoy en día, poco se puede rescatar del actual sistema educativo, donde los modelos anquilosados, las editoriales y libros de textos, las exigencias de cumplir con una programación establecida, los exámenes de evaluación y el arraigo de la competitividad, hacen de la educación una cadena de producción para formar y elaborar ciudadanos que sostengan el sistema, con el desempeño de un rol o profesión, pero más como unidades de producción en serie que como Humanos que desarrollan sus valores.
De poco le sirve a un niño memorizar textos enteros de letra muerta, aprender conceptos convencionales e inamovibles o recordar fechas con nombres y apellidos de la historia, si no sabe cómo relacionarse, cómo aprender a escuchar considerando a los demás, cómo expresar sus sentimientos e ideas, o cómo aprender a trabajar en equipo y por el bien común.
Educar no es inculcar una forma de pensar determinada, ni atiborrar con miles de datos una mente joven, dúctil y maleable, ni adoctrinar sobre algún tipo de creencia o ideología. Educar es permitir y enseñar a pensar por sí mismo, incentivando la imaginación, la intuición y la creatividad, potenciando sus valores, sus capacidades innatas y su vocación natural para que pueda expresar su verdadero potencial.
Está claro que primero habría que formar a los educadores y maestros para que éstos puedan enseñar, pues no por ser un académico de la lengua, matemático o historiador, será por ello un buen educador. Enseñar es otra cosa, es saber mostrar pero sin imponer, es ofrecer herramientas y posibilidades para que cada uno aprenda a utilizarlas en bien de su expansión particular y del colectivo en general, creando consciencia y valores de Humanidad.
La verdadera educación es aquella enfocada al desarrollo integral del Ser Humano con el estudio de las Artes y las Ciencias, donde aprender a descubrir sus capacidades y trascender sus miserias, no compitiendo, sino participando desde el trabajo y la creatividad, donde exista un intercambio de ideas en el respeto y la consideración, y donde el compartir, el esfuerzo por mejorar y los propósitos en común se convierten en un aliciente, en un disfrute y en la mejor forma de crecer como verdaderos Humanos.
Todos decimos que la salud es lo primero, y es fácil estar de acuerdo con esta idea, pues si no tenemos salud todo lo demás resulta secundario. Para sentirnos bien y ser felices lo primero es gozar de una buena salud.
La salud depende principalmente de uno mismo, de los hábitos, de la alimentación y del entorno en que vivimos, pero como nadie está inmune por mucho que se cuide y todos podemos caer enfermos, es necesario contar con un buen sistema sanitario, considerado hoy como uno de los pilares fundamentales del estado de bienestar de cualquier país.
Lamentablemente, donde hay necesidad hay negocio y especulación, y en el caso de la salud no iba a ser menos. El sistema sanitario en general mueve millones y millones, pues la salud se ha convertido en un negocio de lo más lucrativo, además de un medio de control efectivo de la población. La industria farmacéutica, el apogeo de la psiquiatría y enfermedades mentales, y en especial organizaciones especializadas como el instituto Tavistock, no hacen más que diseñar y contribuir a crear enfermedades que convierten a la población en consumidores de medicamentos con fines de control y manipulación.
En las últimas décadas han aparecido nuevas enfermedades y disfunciones que son diagnosticadas de acuerdo a un catálogo previamente establecido de síntomas y efectos, con la prescripción de los tratamientos y medicación correspondiente de acuerdo a unos protocolos. Sin embargo, cabe preguntarse cómo es que después de tantos años de investigación no terminan de salir curas efectivas para las enfermedades principales que conocemos, muchas de ellas mortales, como son: el cáncer, la diabetes, el ébola, la malaria, el sida, la epilepsia, el alzheimer, el parkinson, la esclerosis o la fibromialgia, por mencionar algunas. Pero sí salen a la venta multitud de medicamentos y pastillas que solo alivian los síntomas, convirtiendo a los pacientes en “clientes” que tienen que seguir comprando de por vida y volverlos dependientes de su consumición.
Los centro de salud de barrios o distritos, que tienen una atención más personalizada, deberían estar enfocados principalmente en la difusión y promoción de hábitos de vida saludables y de prevención, siendo los hospitales centrales los encargados de tratar las enfermedades que puedan revestir mayor gravedad o cuidados. Pero lo que no se debe permitir es que estén gestionados por empresas privadas donde priorizan la obtención de beneficios y la reducción de gastos, incidiendo directamente en la calidad del servicio que prestan. Un sistema de salud debe ser un servicio público de primera necesidad, sufragado por el pueblo, preservado e impulsado por el gobierno y en beneficio todos. La especulación y el negocio con la salud, está fuera de lugar.
La mejor salud es volver al contacto con la naturaleza, a los alimentos saludables, al agua pura y al aire limpio. Pero sin fanatismos, sin convertirnos en radicales defensores de modismos y arquetipos varios, sin hacer de la comida y el consumo una religión, pues más vale una mente sana que un cuerpo desnatado preso de una ilusión.
No solo nuestra salud depende de aquello que ingerimos por la boca, esa es la gran equivocación, pues puede hacer más daño la calidad de nuestros pensamientos y emociones que los ingredientes de una comida. Las impresiones que recibimos a diario y los pensamientos que damos cabida en nuestra mente pueden ser más contaminantes y dañinos que cualquier comida procesada, y mientras discutimos sobre lo que debe entrar por la boca ignoramos la basura que habita nuestra mente.
Tiempo libre, juegos y alegría, son tan necesarios como el esfuerzo, el trabajo y la sobriedad, pues todos somos energías y de energías estamos hechos, necesitando su propio balance y equilibrio para funcionar. Y sobre todo ganas de aprender, voluntad para hacer, entusiasmo para experimentar e imaginación para crear, pues todos formamos parte del gran juego de la Vida, del propósito de la existencia y del sentido del SER.
Ángel .º.
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