La deuda y el lobo
Antes, no hace muchas décadas, se vivía con lo que se tenía, con los recursos propios disponibles, con los beneficios obtenidos por el trabajo o lo que el sueldo alcanzaba. Entonces, la gran mayoría del pueblo no pensaba en lujos y extravagancias, sino en aquello indispensable para vivir: la vivienda, la comida, la ropa y los utensilios necesarios para el desarrollo de sus actividades. La existencia era mucho más sencilla, más simple, más humana, una existencia más compartida y más cooperativa, donde el núcleo familiar era muy fuerte, y hasta los vecinos y amigos se sentían mucho más cercanos, eran alguien en quien podíamos apoyarnos y con quien se podía contar.
En pocos años irrumpieron las sucursales, los bancos y las entidades financieras, como hormigas al levantar una piedra. Los medios de comunicación nos bombardearon con anuncios de viajes fascinantes, con la compra de electrodomésticos, con autos nuevos, con viviendas en primera línea de playa, con películas de Hollywood y con modas que van y vienen que si no seguías te verías anticuado. Y con todo ello, una vez creado el deseo que terminamos aceptando como “necesidad”, se instauró la venta a plazos, el “téngalo hoy y pague mañana”, los créditos bancarios, los préstamos hipotecarios, y las deudas que nos mantienen esclavizados, pagando unos intereses desproporcionados que enriquecen a unos pocos a costa del trabajo y el esfuerzo de muchos.
Un director de un banco me decía: “El banco es una tienda de dinero, un lugar donde se compra y se vende dinero”. Otras tiendas venden alimentos o zapatos, bienes o servicios, pero el banco vende dinero. Te prestan dinero y te cobran más dinero, y si no tienes para pagar se quedan con tus bienes y propiedades, te embargan y te despojan de lo que tienes para convertirlo finalmente en dinero. Es decir, que el dinero deja de ser un medio para convertirse en un fin por sí mismo. Un banco es una máquina de hacer dinero, una máquina sin alma, que manejando el dinero de todos, con su especulación, consigue quedarse con gran parte del esfuerzo y el trabajo de los demás, prestando y cobrando con intereses. ¿Y en qué se basa ese dinero que fabrican y prestan? En nada real y tangible, ni en oro ni en recursos naturales que lo respalde, sino que son solo números digitales y ficticios figurando en una pantalla.
Actualmente, los lobbys económicos y energéticos, las grandes corporaciones y multinacionales, manejados por el sionismo internacional, ya se encuentran en pleno apogeo, manejando macro-economías y naciones, controlando partidos políticos y gobernantes, manipulando la voluntad de los pueblos y apropiándose de sus tierras y recursos naturales por los cuatro puntos cardinales. Promueven los cambios de régimen que necesitan, ponen y quitan gobiernos, propician los golpes de estado que les conviene, secuestran y compran voluntades, controlan los medios de comunicación y diseñan las guerras que les interesa para acabar con cualquier disidencia con el sistema que quieren imponer, un sistema inhumano y opresor que, con cada deuda contraída, le ayudamos a establecer.
Las deudas contraídas por cualquier gobierno o nación no deben traspasar el propio mandato legislativo, pues no se puede endeudar a un pueblo entero quienes luego no estarán para responder, dejando en manos del pueblo las consecuencias. Cada deuda es responsabilidad de quien las contrae, dentro de su mandato y bajo su total responsabilidad. Ya está bien de endeudarse en nombre de lo público y luego eximirse de responsabilidades, marchándose con las manos limpias y los bolsillos llenos, y dejando una herencia de años de recortes y escasez.
Por otro lado, a ningún lobby, sea del sector económico o financiero, grupo religioso o mediático, energético o tecnológico, se le debe permitir tener injerencia ni manipular las decisiones internas de un país. Para cualquier gobierno, el país es lo primero, el pueblo y sus gentes son lo primero, y serán sancionados y expulsados del territorio si fuera necesario, en caso de manipulación probada y enriquecimiento ilícito a costa del pueblo, confiscando sus bienes y servicios, que quedarán a manos de los trabajadores, en caso que así sea.
Lo triste es ver a países, a pueblos enteros, debatirse entre las miserias, la explotación y las medidas restrictivas que les imponen por no pagar las deudas que sus políticos contrajeron; ver cómo pierden sus derechos, sus trabajos, sus viviendas, sus recursos, y hasta tienen que vivir en la calle por la usura inhumana e insensible de los lobbys internacionales; ver cómo los estados terminan malvendiendo la nación, privatizando las propiedades y los servicios públicos para caer en manos de especuladores sin alma que no les importa el sufrimiento ajeno sino que promueven su miseria y esclavitud.
¿Cómo hemos llegado a esto? ¿Cómo nos hemos dejado engañar? Haríamos bien en hacernos estas preguntas, y seguramente la respuesta no nos va a gustar, pues no puede ser otra que la dejadez, la desidia, la inconsciencia y la ilusión de que todo se irá arreglando sin necesidad de nuestra participación activa, sin una Acción consciente y colectiva, mientras nos dedicamos a consumir compulsivamente, a hacernos selfies con el móvil o a mirar televisión.
Otra cuestión importante cabe preguntarse: si no hacemos nada nosotros que todavía recordamos lo que es Humanidad, ¿quién lo hará? ¿No creen que las nuevas generaciones lo tendrán peor aún, por no haber hecho nosotros lo que teníamos que hacer? ¿Qué futuro les aguarda a nuestros hijos?…
Ángel .º.
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