Siendo coherentes
Cuando alguien quiere avanzar en el crecimiento de su consciencia, cristalizar su espíritu y consolidar la conexión con su Ser, tiene inevitablemente que cultivar la coherencia entre pensamiento, palabra y obra. Se hace indispensable, pues alguien que piensa una cosa, sus palabras dicen otra y sus actos reflejan otra bien distinta, no posee la suficiente integridad para llevar a cabo ninguna labor trascendente, su energía y propósito quedarán dispersos y su intención diluida en un centro de gravedad que no termina de formarse.
Imaginemos que somos los dueños de una empresa y tenemos que dejarla en manos de los empleados para que funcione. Indudablemente no pondríamos al frente de ella a alguien que sabemos que dice una cosa y hace otra, sino que elegiríamos a los que demuestran día a día que se puede contar en ellos, los que son dignos de nuestra confianza, porque mantienen una coherencia de principio a fin haciéndose responsables de sí mismos y terminando lo que empiezan.
Pues igual sucede a nivel interno, ya que la consciencia del Ser necesita de responsabilidad, de una intención clara y un propósito definido, así como de una unificación de criterio para poder manifestar el cumplimiento de su misión.
Ahora bien, para ser coherentes es necesario una buena dosis de observación, de estar atentos y alertas a los pensamientos que albergamos, hacer como el buen amo de casa que limpia y saca la basura y solo cobija aquellos pensamientos que suman al propósito, para que éstos prosperen a través de la palabra y los actos que mantengan la coherencia y posibiliten su manifestación.
No obstante, al iniciar cualquier nueva actividad que nos propongamos siempre habrá que vencer una resistencia representada por la fuerza de fricción que existe en la inercia del inconsciente, con la consiguiente implicación de tipo emocional, algo que generalmente se consigue a través de un ejercicio de voluntad y acompañado del necesario choque consciente que nos devuelva al centro de gravedad.
Imaginemos que queremos aprender a tocar el piano. Al principio, necesitamos de la voluntad y motivación suficientes para empezar esa nueva actividad, vencer la apatía, ir a clases, atender las lecciones y empezar a practicar. Luego, es posible que otras cuestiones ajenas se interpongan en nuestro aprendizaje, entrando en contradicción y desviando nuestra atención, incluso puede que nos cansemos o terminemos aburridos porque el proceso de aprender a tocar bien el piano se hace más largo de lo que creíamos. Aquí es donde se precisa del choque consciente, por ejemplo oír una pieza musical de piano que nos deleita y alienta la motivación que nos impulsó a estudiar. Entonces el centro de gravedad es alimentado y la coherencia consigue ser mantenida.
Sin el ejercicio de la coherencia nada se puede lograr, no hay avance verdadero, pues continuamente nos boicoteamos a nosotros mismos empezando actividades que no logramos terminar, vamos dejando unas y cogiendo otras, convirtiendo nuestra existencia en retazos de un traje que no combina. Hoy quiero una cosa y mañana otra, porque no es la consciencia la que guía y unifica, sino el ego a través de sus múltiples yoes, ocurriendo que el yo de hoy no tiene nada que ver con el de ayer ni seguramente con el de mañana.
Es por ello que la coherencia tiene íntima relación con la unificación del ego, ganando puntos que se alinean en la misma dirección, posibilitando la cohesión interna, y ayudando a que podamos ser consecuentes (secuencia mantenida). Entonces la consciencia puede acometer hazañas que antes no eran posibles, porque tiene la coherencia necesaria para llevarlas a cabo, dando sentido y cohesión a la existencia, ordenando el caos y manteniendo el rumbo hacia un propósito cierto.
Ángel .º.