EL ESPEJO
Mario se despertó de la siesta descansado y tranquilo. Había trabajado su jornada y tenía que hacer un largo viaje nocturno para ver a su hermana Teresa en el hospital Virgen de Rocío en Sevilla a primera hora, antes de que entrara en quirófano para una delicada operación de corazón.
Decidió darse una ducha para despejarse del todo. Tomó una muda y se dirigió al baño, al pasar por delante del espejo del armario ropero se miró en él, los dos segundos que duró su mirada se alargaron incomprensiblemente en minutos, quizás horas, en otro lugar y en otro tiempo.
En ese instante se vio a si mismo conduciendo su coche por la carretera nocturna, dos potentes faros de camión vienen directamente a él y lo arroyan. El tráfico se para, se va agrupando la gente, sirenas de ambulancias y de policía. Mario ve su cuerpo inerte tapado con una manta isotérmica amarilla y su coche destrozado.
En la caravana, formada por el corte de tráfico, ve y oye a su familia comentar el parón: “Habrá habido un accidente, No llegaremos a la hora” dicen sus hermanos. Cuando la policía consigue abrir al tráfico un carril, Mario ve pasar a su familia y los oye decir; “Hay un muerto, pobrecito” sin sospechar que el cuerpo tapado era el de su hermano.
Debajo del agua tibia de la ducha Mario meditó serenamente sobre la visión que acababa de tener, no era la primera vez que tenía estos presagios y sabía por experiencia que eran totalmente ciertos. Recordó aquella vez que circulando por una autopista de noche bajo una lluvia intensa, el mismo presagio le hizo cambiar de carril porque unos cientos de metros más adelante se hallaba un coche averiado y sin luces y que efectivamente, allí estaba. O aquel déjà-vu del caserío del norte, en Asturias, que sin haberlo visto nunca, le era tan familiar que recordaba su distribución y decoración interior y que, con el tiempo y una ingeniosa excusa, le permitió la entrada y poder comprobar lo que misteriosamente ya sabía. Pensó en tantas corazonadas a las que siempre había obedecido… sin embargo esta vez decidió que, si había llegado su hora, sería lo mismo que continuase o se quedase porque de una manera u otra tendría que morir. Decidió continuar su viaje e intentar abrazar a su querida hermana.
Salió de la ducha con el ánimo tranquilo, se vistió y mientras se peinaba ante el espejo se miró directamente a los ojos y le habló a su imagen a modo de despedida: “Encantado de haberte conocido, creo que eres un buen tipo”
Preparó un café, telefoneó a su familia para verse a primera hora de la mañana en la puerta principal del hospital, habló también por teléfono larga y tiernamente con su hermana Teresa, preparó su bolsa de viaje y bajó al garaje.
Pasaba ya la medianoche cuando Mario entró en la carretera N IV que, si nada ocurría, le llevaría directo a Sevilla en menos de siete horas, había conducido más de doscientos kilómetros sin incidencias, siguió conduciendo con precaución, pero sin miedo por las rectas kilométricas de la Mancha, ascendió serpenteando el puerto de Despeñaperros y se paró en El Mesón para tomar una café y estirar las piernas; ya estaba en Andalucía, pero todavía le faltaban más de trescientos kilómetros de viaje. Subió de nuevo al coche y condujo durante horas, más atento que de costumbre al tráfico. Eran muchos los camiones circulando en ambos sentidos y solo los adelantaba cuando tenía total seguridad, su precaución era extrema. Los kilómetros y el tiempo iban pasando con normalidad mientras en el radiocasete iba sonando música de rock. Llegaba ya la madrugada, por los retrovisores veíase la claridad del arrayán, la distancia de Sevilla era corta, apenas cincuenta kilómetros, de pronto, en la recta de Carmona, a menos de cien metros dos potentes faros se dirigieron directamente a su coche, un camión venía en dirección contraria. Mario se mantuvo extrañamente tranquilo y solo pensó: “Ya está aquí”.
El tiempo, para Mario, se volvió a dilatar en el mismo espacio. El camionero, que posiblemente se hubiera adormilado, reaccionó en los últimos metros antes del choque frontal, dio un volantazo a la derecha, pasando la cabina a escasos centímetros de los ojos de Mario quien incomprensiblemente pudo ver y apreciar cada detalle de la misma y el vacío entre ésta y su carga; pensó que el largo remolque no pasaría sin golpearlo. El camión no redujo su velocidad, sin embargo, para Mario, pasó ante él lento, muy lento, tan lento que podría haber contado cada remache, cada tornillo y hasta cada estría de sus ruedas. Por fin acabó de pasar ante su vista toda la mole del camión y él, Mario, estaba sentado en su asiento. No recordó haber pisado el freno y menos parar el motor, sin embargo, el coche estaba parado y sin luces en el cuadro, obviamente no se había calado, un solo metro más que hubiera adelantado y la situación actual sería totalmente diferente.
Puso los cuatro intermitentes y se bajó del vehículo. En la larga recta solo estaba él y las luces rojas traseras del camión que se perdía en la lejanía. No había ningún roce, pero entre la carrocería y la valla protectora no cabía un papel de fumar.
Mario recordó la escena del espejo que era exactamente la que acababa de vivir, excepto los últimos segundos y una sensación de inquietud y confusión le inundaron. En su mente se mezclaban ambas situaciones y no podía distinguir cuál de los dos finales era el verdadero. Lo cierto, pensó, es que él estaba allí ileso. Subió de nuevo al coche, arrancó el motor y siguió su viaje hasta Sevilla.
Esperó a sus hermanos en el punto de encuentro, se saludaron y Mario les preguntó por el viaje, si había habido algún incidente; todo había sido normal, Todo era normal, menos para Mario que seguía confuso, como en otra realidad diferente.
La operación de Teresa fue un éxito. Mario y sus hermanos se alojaron en un hotel los dos días que ella estuvo en cuidados intensivos para acompañarla por turnos de una hora cada uno, según las normas del hospital y aunque su mayor preocupación era el estado de salud de su hermana, la nube de confusión mental no le abandonaba nunca.
Con el tiempo aquella sensación fue desapareciendo, pero a día de hoy se sigue preguntando cómo se pudo parar el motor del coche, si él no recuerda haberlo hecho, en aquel punto exacto para que el camión pudiera pasar tan cerca, sin tocarlo.
A partir de entonces la vida interior de Mario se amplió notablemente y sigue poniendo atención a las señales del camino.
(La historia es real, Los nombres de personas y lugares son ficticios)
Carmen Talavera