Cuántas veces
Esto de la felicidad (del latín felicitas, a su vez felix, “fértil, fecundo, vivo, animado”) tiene mucho que cortar. Todo el mundo busca la felicidad como si fuera la panacea de sus males, como si fuera la terminación del sufrimiento, el paraíso perdido, el colmo de nuestros sueños, el éxtasis de la vida. La felicidad tiene mucho de mito y algo de realidad, pero seguramente poco tiene que ver con la idea que sobre ella nos han querido inculcar.
¿Cuántas veces amando la luz nos conformamos con un momentáneo resplandor?… El ego, sabiéndose amenazado por el despertar de la consciencia, es rápido y hábil mostrándonos sucedáneos, sustitutos, que capten nuestra atención para que olvidemos el verdadero despertar, la verdadera luz interior brillante y perenne.
Y nosotros vamos detrás de ellos como el burro y la zanahoria, persiguiendo luciérnagas para alumbrar nuestro corazón, vendiendo nuestra primogenitura por un plato de lentejas.
El ego, astuto y viejo en experiencias, no quiere morir. No quiere que el Ser en nosotros le imponga su voluntad y acabe con su reinado.
Entonces, valiéndose de nuestra inquietud y curiosidad, nos ofrece cebos suculentos y atractivos que nos hagan picar el anzuelo y perdernos en su mundo fantasioso lleno de deseos, de apariencias, que calman y anestesian nuestra verdadera inquietud espiritual dándonos a cambio misticismo barato y experiencias virtuales.
El caso es que es muy fácil perderse si no se está atento a las señales del camino. Como fácil es comprar cualquier cosa con tal de consumir algo para aplacar el apetito insaciable. Un apetito que intenta llenar el vacío inmenso que se siente en ausencia del Ser.
Ángel .º.
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