Era el fin del otoño y comienzo del invierno cuando tuvieron que viajar a la costa para resolver unos asuntos impostergables. El trámite fue rápido y el mismo día de su arribo ya tenían todo resuelto, así que decidieron quedarse unos días más y aprovechar el viaje para distenderse y descansar un tiempo de la rutina de la ciudad. Caminatas y charlas por la playa, cervezas por la noche y risas todo el día era su rutina. Pasados unos días decidieron que ya era momento de volver, así que fueron a prepararse para el viaje de regreso, fue en ese momento que se dieron cuenta que no habían comprado los pasajes. Con el fragor del momento se habían olvidado de hacerlo y ahora estaban varados en la costa, sin pasajes, sin dinero para comprarlos y sin dinero para seguir viviendo en el lugar. La primera reacción fue la desesperación echándose culpas unos a otros, luego pasaron al enfado y finalmente a la risa cuando se observaron desde fuera de la caja, Al fin y al cabo, en el futuro sería una anécdota más para recordar y contar tomándose unas cervezas.
Lo primero que hicieron fue juntar los pocos pesos que les quedaban e ir a llamar por teléfono para que les manden un giro postal con dinero para los pasajes, luego de hecha la llamada volvieron del pueblo para preparar la estrategia de supervivencia hasta que llegara el dinero en una semana. En la casa había sal, un poco de arroz, un paquete de fideos abichados con gorgojos, una lata de puré de tomate, aceite rancio y poco más en la vieja y húmeda alacena de la casita colonial frente al mar. Primero pensaron en pescar, pero no tenían los elementos, solo encontraron en una vieja caja de pesca un reel rotativo con tanza gastada y reseca por años de agua de mar y sol. Decidieron pasar al plan B, de pescar a recolectar lo que hallaran, sean cangrejos, caracoles, almejas o lo que encontraran a mano, pues en estas apremiantes circunstancias, como díce el Martin Fierro…“En semejante ejercicio se hace diestro el cazador: cai el piche engordador, cai el pájaro que trina; todo bicho que camina va parar al asador“
Esa noche comieron arroz hervido y adobado con aceite rancio, y de beber, agua de pozo. No les resulto mala comida, es más, hasta la disfrutaron. La necesidad afloja el paladar y endurece las tripas. El día siguiente amaneció nublado y ventoso, había llovido toda la noche, así que salieron a recolectar caracoles entre los médanos, trajeron medio balde de babosos caracoles. Pensaron que antes de comerlos tendrían que purgarlos para sacarle la arena de las vísceras, pero el hambre apremiaba, así que terminaron hervidos como vinieron, con arena y todo. Ese medio día comieron caracoles con salsa de tomate y fideos con gorgojos. Pese a la arena que contenían en su interior los caracoles, la falta de condimento adecuado, solo sal y tomate, y los gorgojos de los viejos fideos, fue la mejor comida de sus vidas. Por la tarde decidieron ir a la playa a recolectar cangrejos y otros moluscos para la cena de la noche. Estaban de excelente humor y disfrutando la aventura de Robinson Crusoe como nunca, se sentían niños otra vez.
Prepararon arcos y flechas y unas lanzas de rama de acacia para pinchar los cangrejos y salieron hacia la playa. Cuando llegaron el viento soplaba más fuerte, el cielo cubierto de oscuras nubes parecía furioso, las nubes viajaban a gran velocidad mientras juntaban cangrejos en silencio, por un momento el viento se detuvo completamente como si atravesaran el ojo de un huracán, para luego comenzar nuevamente a soplar con bravura, en ese preciso instante se miraron como si todos tuvieran la misma idea, y al unísono vociferaron… “¡BARRILETE!!”, era un día perfecto para remontar barriletes como cuando eran niños. Volvieron a la casa entusiasmados, hablando y planeando su construcción. No tenían papel, no tenían cuerda, no tenían cañas, no tenían nada con que armar un barrilete, pero eso no los iba a detener. Cogieron el mantel de la mesa, cortaron unas ramas de acacia y al rato tenían un barrilete de metro y medio de diámetro que pesaba más que el balde con cangrejos. Ahora faltaba lo principal, la cuerda para remontarlo. Recordaron el viejo reel de pesca y sus rostros se iluminaron, ya tenían el barrilete presto para volar, cogieron todo y salieron ansiosos caminando felices hacia la playa.
El barrilete luchaba furiosamente por soltarse de las manos que lo retenían mientras lo ataban a la vieja tanza del reel. En cuanto lo soltaron voló hacia las alturas como un pájaro que lo liberan de su encierro. 20, 50, 100, 200 metros de tanza se desplegaron en cuestión de segundos. Toda la capacidad del reel de pesca extendida hacia las nubes mientras el barrilete tironeaba fuertemente como un pez atrapado en el anzuelo intentando liberarse. Habían escrito una nota en el mantel del barrilete, como si fuera una botella voladora de un náufrago cósmico intentando ser rescatado de un planeta lejano y solitario. De repente el barrilete se soltó, la reseca y gastada tanza había cedido a su desesperado reclamo de volar mas allá de su acotado límite. Se quedaron mirando para ver donde caía, pero ante toda lógica el barrilete no cayó, siguió elevándose, subiendo más y más hasta perderse entre las negras y oscuras nubes de tormenta. Un relámpago iluminó el cielo y comenzó a llover. Era hora de regresar. Esa noche cenaron cangrejo hervido y festejaron el éxito del vuelo del barrilete con media botella de vino tinto agrio que había quedado del año anterior en la húmeda alacena, vino que parecía más vinagre que dulce vino, pero que ellos disfrutaron como si fuera el mejor buqué de vino francés que jamás hayan tomado.
El resto del tiempo hasta volver a la ciudad el tema de conversación entre nuevas aventuras, fue siempre el destino del barrilete. ¿Alguien lo encontraría alguna vez? ¿Hasta dónde habría llegado? ¿Algún día alguien respondería el mensaje? Nunca imaginaron que, en un futuro o quizás en un pasado, esas preguntas tendrían respuesta. Pero esa es otra historia para otro relato fantástico, cuando el cometa de tela de mantel, arribe finalmente a su destino final más allá de las estrellas.