EL ÓCULO MÁGICO
Las niñas nacieron en años bisiestos, bueno, todos nuestros hijos menos uno. La excepción a la regla fue producto de una anomalía, ese año no hubo bisiestos, hubo solo un año común y por tanto también un nacimiento fuera de lo común. Las niñas correteaban por el jardín del fondo del parque entre malezas, zarzales, malvones, geranios y coloridas mariposas, decían que hablaban con las flores, pero en realidad las flores hablaban con ellas. Hadas, elfos, duendes, gnomos, sílfides, salamandras, ondinas y muchos elementales más habitaban entre la florida y abundante flora del lugar. Era habitual ver a las niñas jugar, cantar y bailar felices y despreocupadas, correteando bajo el sol, o verlas serias y atentas sentadas bajo la sombra de un añejo cedro azul, observando y escuchando fantásticas historias que nosotros solo podíamos intuir o imaginar.
En ese entonces la mayor de las niñas, tenía siete y la pequeña pizpereta tenía tres, los otros dos niños aún no habían nacido, o eso creíamos, pues, aunque ya los conocíamos de hacía tiempo, todavía faltaba que llegara una anomalía y un bisiesto más para completar el mágico proceso de la existencia. Fue justo en su séptimo cumpleaños cuando las niñas nos dijeron que pronto dejarían de ver y recordar, que estaba llegando el momento del olvido y que ahora ya no verían más a las hadas. La más pequeña sin mirar a su hermana y mientras mordía despreocupada un pedazo de pastel, dijo sin titubear, no te preocupes, haremos un óculo mágico para poder verlas cuando queramos, y cambiando rápidamente de tema, siguió indiferente comiendo el pastel de cumpleaños como si nada pasara
La anomalía llegó cuando debía de llegar, como también igual llegó el bisiesto en su momento. Las niñas hacía tiempo que habían fabricado el óculo, bueno, en realidad lo habían encontrado enterrado como bien debía de ser, porque los óculos mágicos son formaciones naturales de piedra, madera o hueso que los elementales esconden para ser descubiertos por aquellos niños que no quieren olvidar. La forma correcta para darle vida a un óculo es mediante la intención, y las niñas tenían muy buena intención, tan buena intención que el óculo no solo servía para ver, sino que también funcionaba para escuchar lo que no se veía y esconder lo que escuchaban. Fue entonces cuando se le ocurrió a la anomalía darle un nuevo uso al óculo de las niñas que ya no eran tan niñas.
La anomalía observo que todas las noches a la misma hora los perros del barrio comenzaban a ladrar. Ladraban sin razón alguna como una jauría de desaforados canes al paso de un fantasmagórico carro y sus sonoros caballos golpeando cascos, frenos y tintineantes cencerros. Cuando los perros comenzaban a ladrar, cerca de la medianoche, todos corrían a mirar por las ventanas para intentar ver pasar el carro con los caballos, pero solo se escuchaba el ruido de su paso mientas se perdía el sonido de su andadura por el camino. Era entonces cuando todos se disputaban el óculo para intentar hacer visible lo invisible antes de que el carro dejara de pasar. Un día, bueno, mejor dicho, una noche, estaban en esa extraña disputa de poderes y discusiones entre quien usaría el óculo, cuando el último bisiesto con un rápido movimiento de manos lo tomó, corrió hacia la ventana y apuntando en dirección hacia donde ladraban los perros y se escuchaba el carro, miró por el orificio de piedra en el preciso momento en que los ladridos se callaron, y los perros del barrio montados sobre un fantasmagórico carruaje se alejaban sonrientes hacia el final de un camino sin principio ni fin.
Fue a partir de ese acontecimiento que el óculo mágico dejo de observar y todos decidieron que era el momento de guardarlo nuevamente hasta que volviera a funcionar, cosa que paso tiempo después cuando el barrilete regreso de su fantástico viaje, pero esa es otra historia para otro momento en otro lugar.