El Cometa
El año 1986 fue realmente mágico y único para algunos, en especial para los astrónomos, los aficionados a la astronomía y la ciencia en general. Para los demás habitante de este planeta fue solo algo novedoso para contarles en unos años a sus hijos o sus nietos como anécdota. Un fenómeno astronómico que se puede apreciar a simple vista cada 76 años se presentaba nuevamente ante la mirada curiosa de todo el planeta, era el tiempo de llegada a la tierra luego de un largo camino del mítico Cometa Halley, que según contaban nuestros abuelos, leyenda urbana aparte, en su anterior visita en 1910 el pánico se apodero de muchos ocasionando cantidad de suicidios creyendo que era el fin del mundo por su majestuosa e imponente presencia.
No podíamos desperdiciar esa oportunidad, así que organizamos una salida a la costa para ver y fotografiar al cometa desde un cielo libre de contaminación lumínica. Comenzamos con la logística para conseguir cámara adecuada, trípode, tripa de disparo, película de exposición infrarroja y si era posible, telescopio, prismáticos u otros dispositivos de visión nocturna que nos sirviera para retratar el evento lo mejor posible. Cuando tuvimos lo mínimo necesario partimos ilusionados hacia nuestro destino un fin de semana de febrero de 1986. Llegamos temprano por la mañana, quedaba aún por delante un largo día, así que nos dedicamos a imaginar cómo sería nuestra aventura mientras acondicionábamos el equipo que utilizaríamos esa noche cuando cayera el sol.
Según lo que se decía, o mejor dicho lo que decían los astrónomos, el cometa se vería aparecer hacia el sudeste, a unos 20 grados sobre el horizonte. Cuando anocheció empacamos todo el equipo y nos fuimos a la playa en una noche no muy clara, nubosa y sin luna, no sabíamos si lograríamos ver algo, pero nuestro optimismo superaba cualquier condición climática adversa, pues la aventura de una noche solitaria frente al mar con amigos nos esperaba con o sin cometa.
El cielo estaba cubierto, la noche oscura, solo la luz de las linternas alumbraba nuestro ángulo de visión. No teníamos mucha esperanza de ver nada, pues no había ninguna señal de que el cielo se despejara. Eran cerca de las tres de la madrugada cuando decidimos levantar el campamento de observación y volver a la casa. Estaba por desprender la cámara del trípode cuando vi pestañear una luz al sudeste sobre el horizonte y a la derecha de nuestra posición. Miré atentamente y ahí estaba, una luz a cinco grados de arco sobre el mar, pero bajo la capa nubosa. Seguramente era un avión. Seguí empacando todo cuando la luz comenzó a moverse en línea recta hacia su izquierda, no apreciamos las luces de posición de las aeronaves, esas verdes y rojas que llevan en las alas los aviones, ahí comenzamos a prestarle mayor atención y vimos cómo se movía a una velocidad considerable hasta llegar frente a nosotros donde se detuvo bruscamente y comenzó a retroceder nuevamente hacia la derecha, hacia su punto de partida. Pegamos un salto y comenzamos a preparar nuevamente todo el equipo para intentar retratar ese inusual acontecimiento cuando la luz cambio nuevamente de dirección volviendo a posicionarse frente a nosotros. Comencé a disparar el obturador casi automáticamente y ahí fue cuando sucedió lo inimaginable, la luz cambio de dirección como sabiendo que estábamos ahí y se acercó rápidamente hacia nosotros, terminando a unos cincuenta metros de la costa flotando sobre el mar. Todos corrieron hacia la seguridad de los médanos, yo quedé petrificado por el asombro aferrado a la tripa del disparador de la cámara para retratar ese… ¿cometa? ¿nave? ¿orbe de luz? ¿aparición divina? ¿Quién podría saberlo?
Todo se detuvo, pero no sé si el tiempo, sino el espacio mismo. Las olas del mar dejaron de agitarse, el viento de soplar, las nubes de moverse, el silencio era absoluto, me encontraba como sumergido en un instante, en un clúster, en una foto de la cámara que registraba esta fantástica escena. La Matrix se detuvo frente a mí. Veía detrás mío a los demás en los médanos llamándome sin voz, sin sonido, como una película muda, y por delante, una inmensa luminaria esférica que me iluminaba sin luz, una luz sin luz, sí, esa es la descripción correcta, una inmensa luz que no alumbraba pero iluminaba me observaba en silencio suspendida sobre el mar. Solté el obturador y comencé a caminar asombrado por el espectáculo, extendí los brazos como intentando tocar la escena, las estrellas, las nubes, el mar y la luz que tenía frente a mí. Ya no sabía si estaba soñando, muerto o vivo, no tenía noción de realidad alguna, solo era parte de la escena, uno con todo, la luz era yo y yo era la playa, el cielo, el mar y el viento, era el cometa y mis compañeros, era dios mirando por los ojos de su misma creación. ¡Que maravilloso! ¡que indescriptible momento! ¡Pero que soledad! La inmensa soledad del único en su especie que se miraba así mismo, ¡era la mirada de dios, la mirada del creador! En ese instante de éxtasis o locura sublime una voz proveniente de no sé dónde, me habló, o quizás fueron mis propias palabras las que escuché y que mucho tiempo después a solas me las volverían a recordar. De pronto la esfera comenzó a alejarse nuevamente hasta desaparecer en el horizonte, así como vino el cometa, se fue llevándose con él un pedazo de mí y dejándome un trozo de él en mi corazón. Todo comenzó a moverse nuevamente mientras mis compañeros volvían corriendo y gritando excitados desde los médanos.
No podíamos desperdiciar esa oportunidad, así que organizamos una salida a la costa para ver y fotografiar al cometa desde un cielo libre de contaminación lumínica. Comenzamos con la logística para conseguir cámara adecuada, trípode, tripa de disparo, película de exposición infrarroja y si era posible, telescopio, prismáticos u otros dispositivos de visión nocturna que nos sirviera para retratar el evento lo mejor posible. Cuando tuvimos lo mínimo necesario partimos ilusionados hacia nuestro destino un fin de semana de febrero de 1986. Llegamos temprano por la mañana, quedaba aún por delante un largo día, así que nos dedicamos a imaginar cómo sería nuestra aventura mientras acondicionábamos el equipo que utilizaríamos esa noche cuando cayera el sol.
Según lo que se decía, o mejor dicho lo que decían los astrónomos, el cometa se vería aparecer hacia el sudeste, a unos 20 grados sobre el horizonte. Cuando anocheció empacamos todo el equipo y nos fuimos a la playa en una noche no muy clara, nubosa y sin luna, no sabíamos si lograríamos ver algo, pero nuestro optimismo superaba cualquier condición climática adversa, pues la aventura de una noche solitaria frente al mar con amigos nos esperaba con o sin cometa.
El cielo estaba cubierto, la noche oscura, solo la luz de las linternas alumbraba nuestro ángulo de visión. No teníamos mucha esperanza de ver nada, pues no había ninguna señal de que el cielo se despejara. Eran cerca de las tres de la madrugada cuando decidimos levantar el campamento de observación y volver a la casa. Estaba por desprender la cámara del trípode cuando vi pestañear una luz al sudeste sobre el horizonte y a la derecha de nuestra posición. Miré atentamente y ahí estaba, una luz a cinco grados de arco sobre el mar, pero bajo la capa nubosa. Seguramente era un avión. Seguí empacando todo cuando la luz comenzó a moverse en línea recta hacia su izquierda, no apreciamos las luces de posición de las aeronaves, esas verdes y rojas que llevan en las alas los aviones, ahí comenzamos a prestarle mayor atención y vimos cómo se movía a una velocidad considerable hasta llegar frente a nosotros donde se detuvo bruscamente y comenzó a retroceder nuevamente hacia la derecha, hacia su punto de partida. Pegamos un salto y comenzamos a preparar nuevamente todo el equipo para intentar retratar ese inusual acontecimiento cuando la luz cambio nuevamente de dirección volviendo a posicionarse frente a nosotros. Comencé a disparar el obturador casi automáticamente y ahí fue cuando sucedió lo inimaginable, la luz cambio de dirección como sabiendo que estábamos ahí y se acercó rápidamente hacia nosotros, terminando a unos cincuenta metros de la costa flotando sobre el mar. Todos corrieron hacia la seguridad de los médanos, yo quedé petrificado por el asombro aferrado a la tripa del disparador de la cámara para retratar ese… ¿cometa? ¿nave? ¿orbe de luz? ¿aparición divina? ¿Quién podría saberlo?
Todo se detuvo, pero no sé si el tiempo, sino el espacio mismo. Las olas del mar dejaron de agitarse, el viento de soplar, las nubes de moverse, el silencio era absoluto, me encontraba como sumergido en un instante, en un clúster, en una foto de la cámara que registraba esta fantástica escena. La Matrix se detuvo frente a mí. Veía detrás mío a los demás en los médanos llamándome sin voz, sin sonido, como una película muda, y por delante, una inmensa luminaria esférica que me iluminaba sin luz, una luz sin luz, sí, esa es la descripción correcta, una inmensa luz que no alumbraba pero iluminaba me observaba en silencio suspendida sobre el mar. Solté el obturador y comencé a caminar asombrado por el espectáculo, extendí los brazos como intentando tocar la escena, las estrellas, las nubes, el mar y la luz que tenía frente a mí. Ya no sabía si estaba soñando, muerto o vivo, no tenía noción de realidad alguna, solo era parte de la escena, uno con todo, la luz era yo y yo era la playa, el cielo, el mar y el viento, era el cometa y mis compañeros, era dios mirando por los ojos de su misma creación. ¡Que maravilloso! ¡que indescriptible momento! ¡Pero que soledad! La inmensa soledad del único en su especie que se miraba así mismo, ¡era la mirada de dios, la mirada del creador! En ese instante de éxtasis o locura sublime una voz proveniente de no sé dónde, me habló, o quizás fueron mis propias palabras las que escuché y que mucho tiempo después a solas me las volverían a recordar. De pronto la esfera comenzó a alejarse nuevamente hasta desaparecer en el horizonte, así como vino el cometa, se fue llevándose con él un pedazo de mí y dejándome un trozo de él en mi corazón. Todo comenzó a moverse nuevamente mientras mis compañeros volvían corriendo y gritando excitados desde los médanos.
Cuando volvimos a la ciudad llevamos el royo de fotos a revelar, pero estaba totalmente velado, ninguna foto del cometa había salido, solo una se salvó como recuerdo de aquel día, la primera que disparamos en la playa para probar la cámara en una noche nublada, oscura y sin luna. Increíblemente, la foto se veía como sacada de día. Quizás esa luz sin luz iluminaba más de lo que creíamos.