UN DÍA EN EL MULTIVERSO
Desde pequeño a M le apasionaba el tiempo, no el tiempo meteorológico del cual también gustaba, sino del tiempo como transcurrir del espacio, como acontecimientos sucesivos de la vida. De niño construyó una máquina del tiempo para un oso de peluche, un proyector de películas mágico, hizo un viaje fantástico en un tren secreto, recorrió varias existencias y tuvo cantidad de experiencias sobrenaturales con el tiempo y el espacio. Tanto le apasionaba ese tema que un día ya de mayor, decidió hacer un viaje, un viaje hacia lo desconocido, hacia una dimensión fuera de esta realidad para descubrir el origen de todo, el origen del tiempo y el espacio, pero el viaje no resulto como pensaba, pues no fue provocado por él mismo, sino por otros fuera de esta realidad. Los designios que le esperaban fueron inesperados y casi no regresa del otro lado al no poder encontrar la puerta de salida.
Una vez recuperado de la experiencia anómala su cerebro comenzó a trabajar de forma extraña, la información comenzó a fluir como torrente de cascada. Podía describir no solo el tiempo, sino también el espacio, las dimensiones y los multiversos. Descubrió que el tiempo es una dimensión del multiverso, que esa dimensión es tiempo en movimiento, que el movimiento del espacio se percibe como tiempo en esta realidad y que el multiverso es como la creación crea el tiempo para que exista el espacio, era la paradoja del huevo y la gallina, lo infinito dentro de lo finito.
Decidió comenzar por el principio viajando al pasado para escribir su primer artículo desde el futuro, fue un domingo lluvioso en un multiverso y un día soleado en otro, y como en un año perdido vivía en ambos, aunque existía en uno. Ahora tenía la capacidad de recorrerlos, mejor dicho, de imaginarlos a su antojo, pues el multiverso existe en la esfera de consciencia del creador y por consiguiente en uno mismo, pues nada está fuera de uno, y nada está dentro tampoco, solo que no lo sabemos.
Mientras M escribía en su estudio una frase resonaba en su mente, “hasta dónde estas dispuesto a llegar”, ahora comenzaba el verdadero juego, ese niño que miraba las estrellas ahora era parte de la trama sagrada que une universos, realidades, existencias, futuros, pasados y líneas de tiempo propias y ajenas, pues ya sabía que todo estaba relacionado si se salía de la caja y traspasar la frontera de su propia y acotada mente. Un día como tantos otros escribiendo un relato fantástico, sintió que alguien lo observaba, giró sobre su silla y vio detrás suyo una luz que alumbraba sin iluminar, miró esa luz, ese Aleph de Borges, ese orbe maravilloso y vio a través de él y de pronto, ahí estaba parado, asombrado, impávido, mirando fascinado la luz que flotaba frente al mar, viéndose así mismo en un multiverso de experiencias, de posibilidades, de vivencias. Sí, ¡ahí estaba!, en un tren del siglo diecinueve, en un palacete del siglo dieciocho, en una nave intergaláctica del siglo treinta y tres, en el banco de una plaza en Bryant Park del veinte y en una habitación de su estudio del veintiuno mirando un multiverso frente a sus ojos, un multiverso de infinitas posibilidades, de infinitas existencias, de infinitas vidas de infinitos multiversos.
Así como apareció, el orbe se fue. El portal del multiverso se cerró delante de él en un pestañeo, y así como el cometa se fue, tambien se fue el multiverso, pero esta vez dejó en su mente un recuerdo del futuro, un fotograma grabado a fuego, dejó un multiverso maravilloso dentro suyo, un futuro que existe y ya pasó. M se volvió a sentar frente al monitor y sereno como un día sin viento, comenzó a escribir:
“Desde pequeño a M le apasionaba el tiempo…”