¡Que la inocencia les valga!
Las virtudes de los hombres que son sabios
Había una vez en un pequeño pueblo un pequeño hombre que no quería nadar. Grandes fueron los esfuerzos de sus hermanos y hermanas, pero sus pies nunca tocaron el lago por temor a hundirse en sus aguas. De niño no jugaba en la orilla, ni construía castillos de arena. De adolescente no pasaba las tardes saltando desde los árboles, balanceándose con sogas hasta caer en lo profundo y luego nadar hacia la otra ribera en busca de aventuras. De grande no iba con sus hijos a pescar ni buceaba con ellos buscando tesoros perdidos en lo profundo. Pero ocurrió un día que llegó el fuego y el pequeño pueblo del pequeño hombre se vio envuelto en llamas que entre todos no pudieron de apagar.
Cuando los demás se tiraron al agua y comenzaron a nadar hasta estar a salvo, él se acercó despacio a la orilla y puso un pie temeroso, dando el primer paso en toda su vida hacia ese lugar que tanto miedo le daba. Luego del primer paso, dio un segundo, y casi sin esfuerzo se vio cubierto hasta los tobillos de agua. Inmensa fue la alegría de sus hermanos y hermanas que lo esperaban para acompañarlo y poder llegar todos juntos al otro lado. Sin embargo, solo un instante después, el temor invadió al pequeño hombre, que corrió y corrió hasta sentirse seguro en el pequeño pueblo mientras ambos se consumían alimentando un fuego que solo la nada podría apagar.
Morféo: “Necesito que no duden del propósito porque consiguieron la seguridad que les dio la certeza, que sean creíbles por su coherencia, confiables por su impecabilidad, agradecidos por su consideración, que accionen desde el perdón, que ejecuten por Amor y que la paz sea el reflejo de su unión. Eso necesito.”